Hay dos épocas del año en las que nos replanteamos hacer cambios en nuestras rutinas: después de vacaciones y en año nuevo.
No es una mala idea. La cuestión es tener la capacidad de establecer metas alcanzables y realistas. Si hiciéramos una encuesta seguramente encontraríamos muchos propósitos repetidos. Los más frecuentes son: hacer dieta, hacer ejercicio, dejar de fumar o estudiar un idioma.
Antes de lanzarnos a la cola del gimnasio o pedir hora en el dietista debemos pararnos a pensar cuáles son nuestras expectativas y si éstas encajan en nuestra rutina semanal y nuestros horarios. Resulta fácil llegar a la academia de inglés y pagar la matrícula. Salimos satisfechos porque hemos dado el primer paso. Pero, ¿por qué quiero aprender inglés? ¿Me gustan los idiomas?¿Lo necesito para el trabajo?¿Quiero irme de vacaciones y que no me haga falta un intérprete?¿Quiero tener una pareja inglesa? Las razones son muy variadas. Analizándolas podremos ver el nivel de motivación que tenemos para seguir con las clases de forma regular. No es lo mismo dejar de fumar porque me ha dado un ataque al corazón y pone en riesgo mi vida, que hacerlo porque «fumar es malo». Y casi más importante: ¿en cuánto tiempo quiero alcanzarlo? Si me sobran 15 kilos no es muy realista esperar a perderlos de forma sana en solo dos meses. Ni seré capaz de mantener una conversación a alto nivel con solo tres semanas de clases de inglés. Debemos tener en cuenta que los logros se consiguen con esfuerzo y perseverancia.
Una vez tengamos analizada la motivación que nos lleva a ese cambio de rutina debemos establecer «pautas alcanzables» para evitar la frustración y el abandono prematuro. Yo me apunto al gimnasio e iré 5 días a la semana por lo menos una hora. Por supuesto la primera semana seremos capaces de cumplir con nuestro objetivo, quizás hasta la segunda… pero, ¿qué pasa si un día no puedo ir o no me apetece? Por lo general se tiende a abandonar la actividad propuesta porque nos rendimos a la primera de cambio. Quizás sería más razonable plantearme ir dos veces por semana como mínimo y si puedo más, mejor. De esta manera vamos introduciendo el hábito en nuestro día a día sin llegar a sentirnos «obligados» a hacerlo.
Los «debería» o los «tengo que» suelen generarnos ansiedad. Esta ansiedad nos lleva a los «me apetece» y, una vez que estamos ahí aparece la «amiga culpa». Es más recomendable cambiar estos pensamientos por la pregunta «¿me conviene?».
El trabajo no es fácil y el establecimiento de nuevos hábitos requiere repetición y constancia (hay quien dice que por lo menos 21 días para incorporarlo a nuestra rutina). Pero sí se puede. Solamente hay que ser realista, tenaz y paciente.