Un día uno de mis pacientes me manifestó su vergüenza al venir a consulta. Me dijo que no quería que nadie lo supiera. Había llegado a mentir y me convirtió en “su dentista” sin estudiar la carrera.
Detrás de esta situación se esconden estereotipos que promueven el estigma de las personas que tienen algún tipo de problema. Se da con más frecuencia en hombres que en mujeres, dado que la masculinidad tradicional se basa en el control de la emociones (“los chicos no lloran”) y la demanda de ayuda es percibida como una señal de debilidad. Si a esto le sumamos el “¿qué dirán?” tenemos la fórmula completa.
Cuando mi paciente se sinceró a cerca de sus sentimientos por venir a terapia hablamos de la realidad del proceso: el sujeto del cambio era él mismo. Al acudir al psicólogo comienza un trabajo personal guiado por un especialista que no tiene fórmulas mágicas. Se analiza la situación y se ofrecen herramientas para la gestión de sus problemas.
Tampoco ayuda mucho el mensaje repetido en los libros de autoayuda: “si quieres puedes” o “si puedes pensarlo, puedes hacerlo”. Nos lanzan a la búsqueda de la felicidad y el éxito como objetivo vital, sintiéndonos unos fracasados cuando no lo alcanzamos.
Si acudes al psicólogo no estás loco. No eres débil. No eres inútil. Vas a poner solución a lo que te preocupa. Y lo harás TÚ.
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